jueves, 2 de abril de 2009
INEQUIDAD SOCIAL Y SEXUALIDAD
Este pequeño artículo va dirigido a cada uno de ustedes jóvenes que participan en este Foro sobre SIDA y Juventud. Ustedes tienen en sus manos a través de los documentos elaborados por Olga Nirenberg, Antonio Cruz, UNICEF-ONUSIDA-OMS, Bill Conn, YouthNet, toda la información relevante en materia de SIDA y adolescentes y jóvenes, por ello, yo no tengo nada nuevo que decir al respecto. Me concentraré en presentar mis preocupaciones sobre la situación, mis reflexiones sobre políticas públicas y mis expectativas sobre ustedes, que constituyen para mí la generación de la esperanza.
Vivimos un largo proceso de cambios en relación a nuestras conductas, comportamientos e imaginarios sexuales. El movimiento de mujeres, impulsó y sigue promoviendo la reivindicación por los derechos humanos de las mujeres, hicieron lo mismo, los del movimiento de homosexuales, estas luchas evidencian cambios en nuestras políticas internacionales y nacionales.
Las sociedades que han avanzado más en relaciones de equidad social y entre hombres y mujeres, evidencian por contraste, con mayor dureza lo que sucede con las mujeres y los hombres que siguen viviendo en la pobreza y en la cultura de la dominación entre géneros, vale decir, el machismo y el patriarcalismo. También evidencian que el marco legal y político de sus países sanciona la discriminación por orientación sexual, de género y social. Estas sociedades muestran baja incidencia de SIDA y de enfermedades de trasmisión sexual.
Los países más pobres de nuestra región han avanzado poco en equidad social y de género. Las grandes e injustas brechas de la inequidad social, hacen que más de la mitad de nuestra población viva en condiciones infrahumanas. Sus derechos básicos no son reconocidos, por lo tanto no son ciudadan@s, viven en la dolorosa discriminación y el desprecio de los privilegiados, desprecio legitimado en políticas y naturalizado por la “cultura”. Se piensa que es casi natural, digamos, “es normal”, que el desprecio esté instalado en nuestras sociedades, ¿podríamos hablar de una cultura de desprecio de la vida humana de los pobres?, yo creo que sí.
Los invito a evaluar la agenda pública de nuestros Estados, ¿dirían ustedes que los Estados están colocando todos sus esfuerzos en generar políticas que rompan la inequidad?; dirían ustedes que hay un esfuerzo serio por evitar la discriminación social, de género, por orientación sexual, por grupo de edad, étnica?.
Si cada uno de nosotros, que somos ciudadanos y tenemos acceso a los derechos y deberes de la ciudadanía, no nos hacemos responsables de generar políticas públicas efectivas que den los incentivos necesarios para empujar el cambio cultural y social, no podremos soñar con una situación mejor en ningún ámbito. Somos responsables de lo que tenemos y compartimos la responsabilidad por el tipo de políticas que nuestros estados generan.
La comunidad internacional ha avanzado mucho en materia de derechos humanos y en particular de derechos sexuales y reproductivos, su voz de denuncia sobre las prácticas culturales que son violatorias de los derechos humanos se ha escuchado una y otra vez. Sin embargo, sin una sociedad civil fuerte en nuestros países no podremos hacer realidad estos derechos conquistados con tanta lucha. Peor aún, ahora se dejan oír voces fuertes del conservadurismo que pretenden generar políticas públicas regresivas, que vuelvan al pasado una serie de conquistas, conquistas que en algunos de nuestros países son todavía una aspiración, como: el acceso a la educación, en especial de las mujeres rurales, el acceso a servicios de salud básica, en especial para l@s pobres, el acceso a la planificación familiar, el reconocimiento ciudadano de la diversidad de orientaciones sexuales, la punición de todo tipo de violencia doméstica, violencia sexual, explotación y abuso sexual, etc.
En algunos de nuestros países todavía se discute si la convención de los derechos de los niños y adolescentes pueden ser legislados nacionalmente, dado que se pone en tela de juicio si los padres tienen o no derecho a pegarles a sus hijos, la cultura de la violencia doméstica sale a la luz en estos debates sobre políticas públicas, aún cuando la comunidad científica ha reportado de diversas maneras el profundo daño que supone el ejercicio de violencia durante la crianza de adolescentes y jóvenes y la violencia contra las mujeres, todavía hay gente e instituciones que pretender debatir este punto. Si la gente cree que tiene derecho de pegarle a un niño indefenso o pegarle a una persona por ser homosexual o a una mujer por ser mujer, y si el Estado no hace nada al respecto: ¿cuánto hemos avanzado en ciudadanía?.
En muchos países de nuestra región, los pobres siguen fuera del sistema formal de salud, las vacunas no cubren al conjunto de la población y la caja fiscal no alcanza ni para mantener el sistema y pagarle a los trabajadores ya contratados (la mayoría de las veces esta caja ha sido gastada en “otros rubros” llamados corrupción pública), ¿podemos pedir servicios diferenciados para adolescentes?, ¿podemos reivindicar sitios específicos para su atención?, ¿podemos exigir educación sexual en la escuela cuando amplios porcentajes de la población todavía esta fuera de la cobertura escolar formal?, si la gente sigue sin agua y desagüe?, si los indígenas siguen segregados y son discriminados de los bienes y servicios públicos, si hay niños y ancianos que mueren en abandono y malnutrición: ¿Es viable nuestra agenda de lucha contra el SIDA?, ¿tiene sentido?.
Nuestra respuesta es que sí, es viable y tiene sentido estratégico. La lucha contra el SIDA, nos coloca en la lucha por los derechos ciudadanos y los derechos sexuales y reproductivos de l@s jóvenes, en especial, de l@s más pobres y excluidos. La Sexualidad es un eje central de construcción de relaciones de inequidad y discriminación y puede ser un eje de liberación y democratización. Todo depende de lo que hagamos con nuestra cultura sexual, con nuestra forma de ser hombres y mujeres y con las formas de ser hombres y mujeres que inscribamos y peleemos en el imaginario social y en las políticas públicas.
Históricamente los movimientos sociales han estado constituido básicamente por jóvenes, personas que han tenido una VISION, un SUEÑO y han peleado por hacerla realidad. L@s jóvenes tienen en sus manos la posibilidad de recrear la cultura, porque en esa etapa de la vida es cuando más intensamente se produce la individuación y la necesidad de construirse ideales y metas. En esa etapa de la vida, en nuestra región, es cuando más se participa en organizaciones sociales y se experimenta la importancia de contar con grupos de pertenencia social.
L@s jóvenes sufren y experimentan en carne propia las restricciones que su valija cultural le pone a su desarrollo y potencialidades sociales y sexuales, ellos experimentan en esa edad el peso de los valores sociales y de las políticas públicas tiene sobre sus intereses y necesidades. Ejemplo de ello podemos verlo en:
La mayoría de mujeres pobres interesadas en participar en organizaciones y desarrollar sus potencialidades encuentran limitaciones inmediatas en sus hogares y entorno debido a su condición de mujeres. La mayoría de ellas son educadas con un horizonte de futuro restringido al ámbito doméstico.
La mayoría de mujeres rurales que salen de la educación formal, lo hacen en la adolescencia, entre otras cosas porque las políticas públicas no las han priorizado y no existe una oferta adecuada a sus necesidades.
Los jóvenes que planean o que de hecho se inician sexualmente no cuentan con servicios adecuados para su atención, ni acceden a condones y métodos anticonceptivos cuando lo requieren, básicamente porque el mundo “adultocéntrico” no quiere aceptar que existe práctica sexual en esa etapa de la vida y la sanciona con la indiferencia y con leyes que exigen la presencia de los padres en cualquier consulta sobre sexualidad y salud reproductiva en los servicios.
El sistema educativo comunica un imaginario sexual basado en la inequidad de género, cuando trasmite contenidos que refuerzan el rol tradicional del hombre, el cual le exige muestras de virilidad a través del uso de las mujeres como objeto sexual y su coparticipación en las mismas condiciones, cuando le restringe su capacidad de expresar afecto y miedo y sanciona sus expresiones de ternura y delicadeza. En el caso de las mujeres, esto sucede cuando se le educa para la labor doméstica, se le impide el acceso a información adecuada sobre su cuerpo y su sexualidad y se le educa en la desconfianza del varón, tanto en términos de amistad como de pareja. Todavía es posible ver en nuestros países, escuelas separadas por sexo, escuelas que separan en un aula a los homosexuales o que no hacen nada cuando los adolescentes o jóvenes homosexuales son violentados por sus pares, padres o profesores.
La educación sexual no hace parte de la tarea de los medios de comunicación y de la acción concertada de los diferentes oferentes de políticas públicas, se pretende dejar esta responsabilidad a la familia, aún cuando hay conciencia que la mayor parte de las familias en general no están en condiciones de asumir este rol.
La violencia doméstica, sexual, el abuso sexual y la explotación sexual, son permitidos por nuestros gobiernos, su tolerancia es enorme. Las políticas definidas para enfrentar estas situaciones se pierden entre los papeles de los escritorio o en los debates en el congreso, cuando tienen más éxito, sin embargo, no constituyen agenda pública básica. La mayoría de veces los adolescentes y jóvenes que viven estas situaciones no encuentran ningún espacio protector en el Estado, sea local, regional o nacional.
Considero que asumir con seriedad las diversas dimensiones de perpetuación intergeneracional de la pobreza y la dominación que tiene la SEXUALIDAD, nos debe llevar a tener conciencia que nuestros países no podrán desarrollarse si el capital humano (la salud y educación de la gente) con que cuenta se desarrolla en un marco no saludable y restrictivo de sus derechos básicos y si el capital social (las redes sociales entre los mismos y los diferentes grupos sociales, la confianza pública en el rol del Estado) no se construye en base al establecimiento de políticas públicas que tengan como eje imperativo al equidad social y sexual.
Los invito a informarse, debatir, establecer alianzas y ALZAR LA VOZ. Los jóvenes pueden y deben renovar la cultura de la dominación de género y social, el SIDA es un síntoma del grave problema cultural del DESPRECIO DE LA VIDA DE LOS POBRES Y DE LOS DIFERENTES que esta cultura occidental, homofóbica, patriarcal y machista ha establecido.
Si nosotros no establecemos políticas públicas para promover la equidad de género y social, no podremos cambiar las cosas, el SIDA seguirá creciendo por falta de protección social y familiar, desinformación sobre sexualidad y salud sexual, falta de acceso a servicios y sobre todo por la indiferencia social, que no hace de sus capacidades un nuevo gran movimiento social que renueve la cultura, los imaginarios y las prácticas sociales.