jueves, 6 de mayo de 2010

A mis estudiantes de 4 3ra . TEORIA Y MEDIOS

A mis estudiantes de 4 3ra . TEORIA Y MEDIOS
LEER ESTE TEXTO PARA PODER TRABAJARLO EN CLASE…


CLAUDIO DÍAZ: POR QUÉ RENUNCIÉ A CLARIN

He tomado la decisión de renunciar al cargo de redactor que ejercía y, como es de rigor en estos casos, quiero despedirme de los amigos que gané durante mis siete años de permanencia en el diario y de los buenos compañeros con los que compartí muchas tardes entretenidas.
Pero no quiero irme sin antes explicarles, a ustedes y también a quienes ocupan los cargos jerárquicos de esta empresa, los motivos de mi retiro.
A fines de marzo la revista Veintitrés me pidió una opinión sobre el rol que cumplen los medios periodísticos y algunos intelectuales en la elaboración del discurso político actual.
Yo efectué una dura crítica a lo que se da en llamar el Grupo Clarín y acentué, particularmente, lo que a mi criterio había sido una clara manipulación informativa durante la cobertura del conflicto Gobierno vs. Campo, tanto por parte del diario como de Canal 13 y TN.
En este caso no hice más que expresar, libremente, la vergüenza que me provocó -como periodista pero también como simple ciudadano- el ejercicio “periodístico” del Planeta Clarín y sus satélites.
La reacción por parte de la empresa, como es de suponer, fue inmediata.

Y hasta la consideré razonable.

Es más: a uno de los colegas aludidos, Julio Blanck, le dí explicaciones acerca de por qué yo lo incluía en una lista de hombres de prensa que -desde mi punto de vista- sostienen un discurso “progresista” pero le terminan haciendo el juego al llamado establishment.

Hasta ahí todo bien.

Lo que siguió después es distinto.
Las autoridades editoriales (en este momento no se me ocurre otro término) le comunicaron a mis jefes que “de ahora en más” dejara de escribir la página 3 del Zonal (que se supone es la más “importante”) y que me limitara a hacer -es textual- “notas blandas”.

Una estupidez, realmente.

Pero pocas horas después se emitió otra orden: que no se me autorizara a tomar la totalidad de días de vacaciones adeudados, que había pedido para esta semana..
No dieron argumento alguno para justificar la negativa.
La verdad es que por ninguno de estos dos castigos tendría que haberme hecho mala sangre.
Sin embargo, dije “basta” y tomé la decisión de no seguir adelante con mi trabajo en el Zonal, harto del doble discurso de este diario, de su hipocresía, de pontificar en sus editoriales y notas de opinión una cosa para después hacer otra.
Es tanta la repugnancia que sentí por quienes posan como adalides de la libertad de expresión que me dije a mi mismo: “hasta aquí llegué”.

Quiero decir: hace más de 20 años que ejerzo el oficio de periodista; conozco perfectamente los condicionamientos que nos ponen para atenuar o directamente diluir nuestra vocación de contar y decir las cosas como uno cree que son, aun a riesgo de equivocarse.

En fin, en casi todos lados he comprobado (eso tan viejo pero siempre vigente) que una cosa es la libertad de prensa y otra la libertad de empresa.

Pero lo que viví en Clarín en los últimos tiempos superó todo… Gracias a Dios, ¡todavía tengo vergüenza!

Pero lo que ya no tengo es estómago para tragarme las cosas que hace este diario en nombre del periodismo.

A esta altura ya no puedo soportar tanto cinismo.

Como cuando desde un título o una nota se insiste en que no decrece el nivel del trabajo en negro y las condiciones laborales son cada vez más precarias, siendo que en todas las redacciones del Grupo se emplea a pasantes a los que se los explota de manera desvergonzada, obligándolos a hacer tareas de redactor por la misma paga que recibe un cadete, sin obra social ni vacaciones.

Es el mismo cinismo de despotricar contra la desocupación al tiempo que se lanzan a la calle nuevos productos sin contratar a trabajadores, duplicando y hasta triplicando el horario de los que ya están dentro de la maquinaria.

Es el mismo cinismo de presionar a redactores para que se conviertan en editores, bajo la promesa (falsa) de que “algún día” se les reconocerá la diferencia salarial.

Si, como se sostiene el martes 15 en la cotidiana carta del editor al lector, “son los medios y los periodistas los que deben regularse y actuar con responsabilidad democrática”, pues bien Sr. Kirschbaum, yo empiezo por esa tarea. Porque si Clarín tanto se rasga las vestiduras asegurando que respeta la libertad de expresión, ¿por qué sanciona a un periodista que vierte, ejercitando esa libertad de pensamiento, una opinión?

Tengo otras cosas para decirle a usted y a quienes lo secundan (si es que a esta altura todavía están leyendo…): la demonización que practica el diario a través de un “inocente” semáforo que cumple la misión de dividir al mundo en ángeles y demonios (según el interés ideológico o comercial del Grupo), ha llegado al nivel de un verdadero pasquín que nada tiene que envidiarle a las publicaciones partidarias.

Es peor todavía, porque éstas tienen la honestidad de reconocerse como expresiones de un partido político o de un espacio ideológico.

En cambio, Clarín se imprime bajo el infame rótulo de periodismo independiente…

En pos de engrosar la cuenta bancaria se ha perdido todo decoro.

Da la sensación de que los que se llaman periodistas o columnistas ya ni sienten un mínimo de pudor por haberse convertido en contadores del negocio mediático, desvividos por saber cuánto dinero ingresa a las arcas; lo único que les falta es salir con el camión de Juncadella.

Digo esto porque ha sido patética, en la misma carta del editor del martes 15, la reacción editorial contra otros medios periodísticos competidores que estarían atreviéndose a morder un pedazo del queso que el Grupo quiere deglutirse, como de costumbre, solito y solo, calificando a aquellos de miserables, travestidos y miembros de una jauría.

¡Después cuestionan a D’Elía o a Moyano por las palabras “ofensivas” que lanzan contra el periodismo independiente y democrático!

La mayoría de quienes me conocen saben de mi simpatía y hasta cierta militancia por el peronismo.

Pero también saben que no me une ningún tipo de relación con el gobierno, ni con su tan temido Observatorio de Medios, ni con los jóvenes de la Cámpora ni tampoco con sus “grupos de choque”.

La aclaración vale para que estén tranquilos y no piensen que durante estos siete años fui un agente infiltrado en el Zonal Morón.

Simplemente amo el trabajo periodístico, tengo pensamiento propio (aunque, qué le vamos a hacer…: no es el políticamente correcto) y un compromiso de honrar mi oficio.

A Ricardo Kirschbaum, a Ricardo Roa y a tantos otros que mandan les digo que estoy preparado para asumir lo que venga, porque no me extrañaría que las redacciones de otros medios empiecen a recibir llamados telefónicos pidiendo que se me prohíba trabajar de lo que soy.

Tan libre me siento, tan espiritualmente íntegro de poderles decir lo que les digo (aunque les resbale), que ya no me importa si la larga mano del Grupo le pone candado a mi futuro para no dejarme otra opción que trabajar como remisero o repositor de supermercado.

Me voy orgulloso de haber seguido aprendiendo lo que es vocación, oficio, dignidad y ejercicio responsable del buen periodismo.

Que me lo dieron los jefes de los zonales y un montón de amigos y compañeros a quienes no voy a nombrar para evitarles quedar marcados por mi cercanía afectiva.

Me voy avergonzado de la conducta de quienes deberían honrar el trabajo periodístico y no lo hacen.

POSDATA: Mis queridos amigos: aquí les he reenviado el texto del correo que despaché hoy a compañeros del diario y a los principales jerarcas (Kirschbaum, Roa, Blanck, Van der Kooy, entre otros) explicando los motivos de mi renuncia.
Desde mañana, viernes, dejo de trabajar. Ya saben que también dejo el celular del Grupo.
De modo que para comunicarse conmigo por ahora tienen el teléfono de casa y este correo. Espero contar con un nuevo celular la próxima semana.

Fuerte abrazo para todos.

Claudio.

miércoles, 5 de mayo de 2010

PARA MIS ALUMNOS DE 4TO AÑO DE LA EMEM 1 DE 14


PARA MIS ALUMNOS DE 4TO AÑO DE LA EMEM 1 DE 14
LOS INVITO A LEER ESTE TEXTO PARA IR FAMILIARIZÁNDOSE CON LA Historieta que supongo empezarán a leer próximamente..recuerden que el lunes es la evaluación de “En la sangre” de E. Cambaceres y además todo lo que vimos con referencia a la INTRODUCCIÓN A LA LITERATURA..


EL ETERNAUTA

Por Juan Sasturain
En estos días, en la primera semana de septiembre más precisamente, ciertas imágenes –ya convertidas en iconos argentinos– saturarán los medios memoriosos o hasta ahora desmemoriados que, alimentados por escritores y periodistas, y subalimentados por Internet, recordarán que se cumplen los cincuenta años de la aparición de El Eternauta, mito creciente. Y en todos los planos se reproducirá –como ya sucedió en julio, cuando la nieve improvisó sobre Baires– la imagen del perplejo Juan Salvo enfundado en traje de hule con visor de hombre rana, un filtro tosco ante la boca y un fusil al hombro bajo los copos mortales que no lo matarán.
Es increíble esa imagen, a la que nos hemos acostumbrado y no nos extraña ya. Incluso hay versiones del personaje con apostura más o menos épica: la marcha de Salvo con el paso firme y la mirada fija al frente, como si tuviera puesto un uniforme. Pero en principio no era / es muy así. Porque en realidad –si se la analiza con atención– la imagen original del que será alguna vez El Eternauta tiene algo o mucho de patética, de ridícula incluso. Se trata de un hombre vestido con indumentaria casera, confección improvisada con lo que había a mano y podía ser funcional para resolver la emergencia –como la pilcha de Robinson, solito al sol– o para vestir en la ilusoria ocasión de vivir lo soñado –como la de Don Quijote al salir al camino–. Es la imagen de un hombre nada heroico sino apenas torpemente protegido, un disfrazado, un grotesco buzo de superficie, armado con lo que había ahí en casa, transpirando bajo el traje por el calor y –sobre todo– por el miedo.
Ya habría tiempo y espacio para la épica a lo largo de la historia / historieta, pero no en ese primer momento, cuando la figurita de Juan recortada en negro de espaldas contra el blanco de la puerta abierta y la intemperie salió al jardín del chalet sin saber si le pasaría lo mismo que al pobre Polski, muerto, tendido ahí nomás, juntando frío.
Es innegable que esta apoteosis actual de El Eternauta está asociada naturalmente al recuerdo de Héctor Germán Oesterheld –creador de la historia y desaparecido de la Dictadura hace treinta años– pero también es cierto que lo que se pondrá una vez más ante los ojos de los lectores argentinos es obra de Francisco Solano López, el dibujante del mito. El sabio pincel entintado de Solano es copartícipe necesario de la condición inolvidable de los personajes, de su soberana carnadura y responsable absoluto de la soberbia puesta en calle y contexto cotidiano de la aventura. Durante dos años Solano pasó a tinta china sobre papel blanco gente verdadera en un escenario elocuente y reconocible. Todo eso que dibujó, incluso los monstruos invasores, era cierto. Sigue siéndolo. Es literalmente imborrable.
Con algo de clásico de salida, autor de una obra maestra casi en el comienzo de su carrera –apenas se aproximaba a cumplir treinta por entonces–, Solano siguió dibujando siempre y mucho, ya con El Eternauta puesto. Y sigue hasta hoy. Soberbio artesano, en ese largo trayecto nunca dio volantazos estilísticos pero sí controlados virajes en las posibilidades de su expresividad; sobre todo a partir del cambio de instrumento, elegido a la medida de los desafíos que le pedían algo más que la destreza de la aplicación mecánica de lo sabido y probado.
Así, a mediados de los setenta Solano abandonó de momento el pincel y adoptó "la rotring" –el estilógrafo que renovó las posibilidades del "pasado a tinta" como alternativa de la pluma– para elaborar una serie de obras maestras absolutas, las durísimas e inolvidables Historias tristes, sobre guiones de su hijo Gabriel, realizadas con esa minuciosa técnica. Fue algo así como un salto hacia adelante, una apropiación tecnológica con la que hizo diferencia. Y el resultado expresivo, excepcional; la artesanía devino maestría.
Siempre en términos de técnica, valdría la pena ahora llamar la atención sobre una tercera zona, menos conocida o frecuentada de su obra. Son un par de trabajos de adaptación literaria publicados durante la década siguiente –hace poco más de veinte años exactamente– en la revista Fierro de entonces, para la serie La Argentina en pedazos: Operación Masacre, de Rodolfo Walsh en versión de Omar Panosetti, y Cabecita negra, de Germán Rozenmacher, guionada por Eugenio Mandrini. En ambos casos, Solano López recurrió –por primera y acaso única vez– a una técnica clásica, el lápiz.
El lápiz es para los autores de historietas, y acaso para los dibujantes o plásticos en general, el primer paso de la realización del trabajo, el lugar del boceto, de la "puesta en página". Se supone que el lápiz es el instrumento idóneo para el apunte inicial, el borrador en que los detalles no importan porque su función es apenas determinar la distribución de los elementos, el plantado de las figuras, la apropiación y copamiento espacial del papel. El dibujo a lápiz es así un dibujo de prueba y tentativa, "amistoso" en el sentido de que todavía no se juega nada. Es lo que aún puede ser borrado y está hecho con esa salvedad, tiene esa libertad o soltura de lo modificable, de lo no definitivo, de lo que incluso se corrige por contigüidad, por aproximación. Es un lugar que se supone más distendido, en oposición a la tinta, presumida irreversible.
Esa condición provisoria del lápiz, su aparente dependencia de una realización definitiva posterior de mayor jerarquía, tiene, sin embargo, otro matiz y sentido cuando el grafito se asume en lo que genéticamente es desde el inicio: primer instrumento, medio soberano con pleno derecho y responsabilidad terminal. Y puesto en esa instancia el lápiz es terriblemente revelador, alevosamente "sincero", revela al dibujante: grandeza y miseria, la espontaneidad de la línea y el trabajo de las texturas. Calidez, intimidad, comunicación genuina, no mediatizada... El lápiz es lo que está más cerca de la mano, lo más directo. Después de todo, la tinta tiene que ver con las necesidades de la claridad para mejorar la impresión. El lápiz es para ver así, se piensa original. Cuando el lápiz llega para quedarse, elabora la forma y la modela con una intensidad a la que no aspira cuando se lo "tapa" con tinta. El lápiz solo no permite ni quiere mentir.
Simplificando, tendiendo líneas, podemos decir que Solano usó el pincel para la aventura, se metió con la rotring para desmenuzar intimidades subjetivas y optó por el lápiz cuando tuvo que contar otras cosas, decir / mostrar la verdad, cuando quiso que se sintiera que no mentía ni inventaba ni monologaba, digamos: la reconstrucción íntima de climas y personajes, los hechos, la historia. Y no cualquiera: la historia argentina contemporánea. La trágica historia de la Argentina contemporánea que se hace un nudo en Operación Masacre, que se hace metáfora definitiva en el cuento de Rozenmacher.
Nadie ha dibujado mejor que Solano a los argentinos de a pie, a los provincianos aporteñados, a los hombres y mujeres de la ciudad y los suburbios. Y si nos dio el muestreo ejemplar que puebla El Eternauta –los amigos, los soldados, los hombres robots–, si pobló las calles de gente de carne y hueso en Evaristo –chorros, marginales, policías, desesperados, minas tiernas más o menos raídas–, en ninguna otra parte dibujó mejor esos tipos que no son tales, estos hombres con nombre y apellido, identidad y clase, que en estas versiones a lápiz. La noche helada y los bigotes militares; el pelo oscuro, las caras de esos muchachos y el camión que ronronea con luz vacilante en el descampado. Solano ha elegido el lápiz para poder –paradójicamente– dibujar lo imborrable.