viernes, 17 de abril de 2009
ALGUNOS CONCEPTOS BÁSICOS PARA ENTENDER LA LITERATURA DE NUESTRO TIEMPO por Estela Quiroga
En las últimas décadas del siglo XX se acentuaron características político sociales que venían anunciándose desde un cierto tiempo atrás …
El proceso de la GLOBALIZACIÓN mundial, el acceso a la TECNOLOGÍA DE AVANZADA, la EXPLOSIÓN MEDIÁTICA conviviendo con el hambre, la desocupación, la falta de recursos tanto para la salud como para la educación…
La caida del MURO y la DEMEMBRACIÓN de la URSS marcaron fuertemente al mundo. El triunfo de un capitalismo feroz…
De pronto algunas UTOPÍAS llegaban a su fin.
Hoy por hoy el mundo está inscripto en la llamada era POSTMODERNA, una suerte de imperio de lo efímero, una era del vacío donde reina el dinero plástico, donde las relaciones humans ya no son tan profundas, donde el amor parece haber pasado a segundo plano porque el compromiso no está bien visto, donde la eterna juventud es el más preciado tesoro, quirófano de por medio..
Hemos elegido algunos autores que representan con crudeza este momento: los estadounidenses Raymond Carver y Paul Auster y al italiano Tabucchi, los invitamos a leer algunos cuentos breves para iniciar nuestro recorrido por la LITERATURA CONTEMPORÁNEA
Bajo el signo del cine
¿QUÉ TENGO QUE ESTUDIAR PARA LA EVALUACIÓN DE TEORÍA Y MEDIOS?
Tal como dijimos en clase, con el nacimiento del cine, a fines del XIX, se desarrolló una nueva forma de expresión artística, que cambió radicalmente la imaginación colectiva, alimentando sueños e ilusiones en los espectadores. El título de esta unidad lo hemos tomado de la “Historia social de la literatura y el arte” de A. Hausser, ya que coincidimos con este autor y compartimos su visión acerca de la enorme influencia que significó el séptimo arte para la humanidad.
El nacimiento del cine tiene una fecha y un lugar precisos: 28 de diciembre de 1895, en el salón Indien, en París, se llevó adelante la primera proyección a cargo de los hermanos Lumiere, a quienes se los considera los “inventores” de esta mágica técnica.
A partir del éxito inesperado de las primeras películas de los Lumiere, se inició y se desarrolló la conciencia de que el cine podía llegar a ser una enorme industria capaz de mover dinero y grandes intereses.
Los años que precedieron a la Primera Guerra significaron la afirmación del cine europeo, especialmente del francés, el danés, el italiano y el alemán.
Se abrieron salas que equipararon esta forma de entretenimiento al teatro, un espectáculo tradicional, así frente a la multiplicación de dichas salas se fue convirtiendo en un entretenimiento cada vez más popular. De más está decir que por aquel entonces el cine era mudo. No es nuestro objetivo hacer una historia del cine, sino más bien ofrecer una ligera mirada por las más importantes estéticas cinematográficas.
EL EXPRESIONISMO ALEMÁN
La devastación de la posguerra y la humillación de la derrota crearon en Alemania un clima de fuerte tensión social y política. El malestar y la inconformidad generalizados influenciaron profundamente al cine, que se manifestó bajo las formas del expresionismo. Estética que descendía de la forma pictórica homónima, al respecto les propongo que revisen los apuntes de movimientos culturales al respecto o que busquen en alguna enciclopedia en biblioteca dichas características y las anoten en sus carpetas.
Desde el punto de vista cinematográfico y en vista de la corriente mencionada, cabe señalar que la escenografía adquirió una enorme importancia sobre todo en su visión de geometría visual y de deformación de objetos y rostros, una de las obras maestras de este periodo es sin duda “EL GABINETE DEL DOCTOR CALIGARI (1919) del director Robert Wiene (1881-1938)
Desde el punto de vista argumental se trata de un psiquiatra loco que hipnotiza a un pacienteinduciéndolo a cometer delitos absolutamente crueles, los encuadres del film, de gran exquisitez visual, reflejan la mente retorcida y enferma del doctor. El guión pertenecía a Carl Mayer quien luego escribiría otras historias truculentas tales como “Nosferatu, el vampiro” y “La última carcajada” (1924). Lo importante es que de esta estética emergieron innovaciones técnicas fundamentales para el cine, por ejemplo el uso audaz del travelling, gracias a lo cual la cámara adquiriría una gran libertad, hasta lograr ciertos efectos utilizados aún hoy. Otro de los directores que deseamos mencionar dentro de esta expresión es Fritz Lang (1890 –1976) autor de “METRÓPOLIS” una obra visionaria ambientada en barriadas subterráneas de una megalópolis del siglo XXI.
Paralelamente, en esos años se desarrolló en Francia un movimiento de vanguardia que buscaba un lenguaje cinematográfico autónomo. En esta época nacieron los cineclubes, que estaban destinados a la proyección y al debate y crítica de los nuevos films. Intelectuales, poetas, pintores y músicos se reunían para discutir acerca del séptimo arte y poder analizar las posibilidades del nuevo medio expresivo, en sintonía con las artes visuales y literarias. El cine se apasionó en el intento de representar el monólogo interior y la memoria profunda del sujeto.
En 1928 el pintor Salvador Dalí y el entonces joven Luis Bunuel (1900- 1983)
Dirigieron “EL PERRO ANDALUZ” film que fue adoptado por el grupo surrealista como un estandarte por su alto contenido polémico y provocador.
Se les sugiere a los alumnos que lean y sinteticen el apunte sobre SURREALISMO.
Por otra parte vamos a abordar el cine ruso. Con la revolución de Octubre, el cine soviético vivió un período de gran fertilidad creativa, gracias a directores como Segei Eisenstein (1898- 1948) creador del film “El acorazado Potemkim” (1925) La base de este director, como ya dijimos en clase es el montaje, un montaje que se basa en los contrastes y que amplifica la fuerza emocional de la imagen.
El período de la resistencia armada, el fin de la segunda Guerra, el paso del fascismo al antifascismo determinaron en Italia una época de grandes cambios y de importantes reflexiones. Desde el punto de vista cultural sedelineó la exigencia de analizar la realidad objetivamente, dejando de lado todo tipo de manipulaciones, así nació el NEORREALISMO ITALIANO. La idea de esta estética era mostrar la realidad como a través de una ventana abierta, casi en forma documental, un lenguaje exento de hipocresía y cargado de un enorme compromiso social. Este tipo de cine marcó un cambio radical.
Tras una etapa de “adormecimiento” que se inició con la posguerra, el cine francés inició en la década del 50 una enorme renovación, así nace la estética denominada NOUVELLE VAGUE representada por las jóvenes generaciones de cineastas franceses: Truffaut, Chabrol, Godart, quienes se rebelaron contra la lógica del mercado, proponiendo producciones de bajo costo y teorizando desde la revista “Cahiers du cinema” que se ocupaba de la crítica y de un nuevo modo de concebir las potencialidades de la cámara, instrumento altamente sensible capaz de descubrir y develar la esencia íntima del hombre y la mujer y sus contradicciones. A los nuevos autores les gustaba describir el derrumbe de los valores burgueses y el extravío que esto ocasionaba, con un lenguaje limpio de artificios y capaz de seguir los recorridos mentales y existenciales de los protagonistas. Provocadores e inconformistas, experimentadores de nuevas posibilidades expresivas, estos autores tuvieron poéticas diferentes. Entre otros mencionaremos los siguientes films: “Los 400 golpes” de Truffaut (1959), “Fahreinheit 451” (1966) basada en la novela de ciencia ficción de Bradbury, que tal vez leyeron, “Hiroshima, mon amour” de Alain Resnais y “Los primos” de Chabrol (1959), otro film que nos gustaría mencionar es “El discreto encanto de la burguesía” de 1972, película en la que Bunuel indaga los vicios e hipocresías de esta clase social. Quisiéramos destacar la figura de Jean Lois Godart, nacido en 1930 vinculado a la militancia política del llamado mayo francés, cuya producción se vincula a la oposición entre la anarquía individual y una sociedad asaltada por la indiferencia y la violencia gratuita, por ejemplo “Sin aliento” de 1960 o “Weedkend” de 1967.
Finalmente nos ocuparemos del lenguaje de las cámaras. En efecto, la cámara propone una gramática muy exacta dividida en planos y campos. Así como el escritor escoge sus palabras, un director cinematográfico tiene códigos y criterios para componer sus imágenes. Se habla de cámara subjetiva cuando la toma se realiza como si fuese el ojo del protagonista.
Se habla de planos cuando el tipo de encuadre se refiere a la figura humana y a la parte de ella que aparece en el fotograma. En un plano americano el actor es tomado hasta las rodillas, en un plano medio hasta la cintura, un primer plano hasta el pecho, un primerísimo primer plano es solamente un detalle (close up)
Asimismo la cámara se mueve a través del traveling y la vista panorámica. Efectos distintos se consiguen con la llamada cámara en mano o steady cam.
Muchos son los géneros cinematográficos: desde el western norteamericano, pasando por los policiales, el thriller, el cine negro, la comedia, la comedia musical, la ciencia ficción, el cine hist´rico, los films bélicos, el cine testimonial, las superproducciones, el cine animado, las maravillas de la animación computarizada, el cine verdad, el documental científico, más allá de todas sus innovaciones es bueno recordar que el cine significa el primer intento de nuestra civilización individualista moderna de producir arte para la un público de masas.
Albert Camus
TAL VEZ UNA INTERESANTE MANERA DE PENSAR LA LITERATURA, EL QUEHACER DEL ESCRITOR Y DEL LECTOR SEA LEER ESTE TEXTO
Albert Camus, el insigne laureado del Premio Nobel que noblemente encarna los ideales, deberes y anhelos de las juventudes libres del mundo entero, envió muy generosamente al doctor Eduardo Santos el texto del discurso que pronunciara al recibir el Premio Nobel. EL TIEMPO tiene así el honor altísimo de publicarlo por primera vez en lengua castellana. Lo que es este discurso —todo un altísimo programa para los escritores dignos de serlo— lo dirán nuestros lectores. El honra para siempre nuestras columnas.
(Tomado de El Tiempo de Bogotá, Enero 5 de 1.958 y reproducido en “El Comercio” de Quito, Enero 12 del mismo año)
Al recibir la distinción con que vuestra libre Academia ha querido honrarme, mi gratitud es tanto más profunda cuanto que yo mido hasta qué punto esa recompensa excede mis méritos personales.
Todo hombre, y con mayor razón todo artista, desea que se reconozca lo que él es o quiere ser. Yo también lo deseo. Pero al conocer vuestra decisión me fue imposible no comparar su resonancia con lo que realmente soy. ¿Cómo un hombre, casi joven todavía, rico sólo de sus dudas, con una obra apenas en desarrollo, habituado a ‘vivir en la soledad del trabajo o en el retiro de la amistad, podría recibir, sin cierta especie de pánico, un galardón que le coloca de pronto, y solo, en plena luz? ¿Con qué estado de espíritu podía recibir ese honor a tiempo que, en tantas partes, otros escritores, algunos entre los más grandes, están reducidos al silencio y cuando, al mismo tiempo, su tierra natal conocer incesantes desdichas?
Sinceramente he sentido esa inquietud, y ese malestar. Para recobrar mi paz interior me ha sido necesario ponerme a tono con un destino harto generoso. Y como era imposible igualarme a él con el solo apoyo de mis méritos, no he hallado nada mejor, para ayudarme, que lo que me ha sostenido a lo largo de mi vida y en las circunstancias más opuestas: la idea que me he forjado de mi arte y de la misión del escritor. Permitidme, aunque sólo sea en prueba de reconocimiento y amistad, que os diga, con la sencillez que me sea posible, cuál es esa idea.
Personalmente, no puedo vivir sin mi arte. Pero jamás he puesto ese arte por encima de toda otra cosa. Por el contrario, si él me es necesario es porque no me separa de nadie, y me permite vivir, tal como soy, al nivel de todos. A mi ver, el arte no es una diversión solitaria. Es un medio de emocionar al mayor número de hombres, ofreciéndoles una imagen privilegiada de dolores y alegrías comunes. Obliga, pues, al artista a no aislarse; le somete a la verdad, a la más humilde y más universal. Y aquellos que muchas veces han elegido su destino de artistas porque se sentían distintos, aprenden pronto que no podrán nutrir su arte ni su diferencia más que confesando su semejanza con todos.
El artista se forja en ese perpetuo ir y venir de sí mismo, a los demás, equidistante entre la belleza, sin la cual no puede vivir, y la comunidad, de la cual no puede desprenderse. Por eso, los verdadero artistas no desdeñan nada; se obligan a comprender en vez de juzgar. Y si han de tomar un partido en este mundo, sólo puede ser de una sociedad en la que, según la gran frase de Nietzsche, no ha de reinar el juez sino el creador, sea trabajador o intelectual.
Por lo mismo el papel de escritor es inseparable de difíciles deberes. Por la definición no puede ponerse al servicio de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la sufren. Si no lo hiciera, quedaría solo, privado hasta de su arte. Todos los ejércitos de la tiranía, con sus millones de hombres, no le arrancarán de la soledad, aunque consienta en acomodarse a su paso y, sobre todo, si en ello consiente. Pero el silencio de un prisionero desconocido, abandonado a las humillaciones en el otro extremo del mundo basta para sacar al escritor de su soledad, cada vez, al menos, que logra, en medio de los privilegios de su libertad, no olvidar ese silencio, y trata de recogerlo y reemplazarlo, para hacerlo valer mediante todos los recurso del arte.
Ninguno de nosotros es lo bastante grande para semejante vocación. Pero en todas las circunstancias de su vida, obscuro o provisionalmente célebre, aherrojado por la tiranía o libre poder expresarse, el escritor puede encontrar el sentimiento de una comunidad viva, que le justificará sólo a condición de que acepte, tanto como pueda, las dos tareas que constituyen la grandeza de su oficio: el servicio de la verdad, y el servicio de la libertad. Y pues su vocación es agrupar el mayor número posible de hombres, no puede acomodarse a la servidumbre que, donde reina, hace proliferar las soledades. Cualesquiera que sean nuestras flaquezas personales, la nobleza de nuestro oficio arraigará siempre en dos imperativos difíciles de mantener: la negativa a mentir respecto de lo que se sabe y la resistencia a la opresión.
Durante más de veinte años de una historia demencial, perdido sin recurso, como todos los hombres de mi edad, en las convulsiones del tiempo, sólo me ha sostenido el sentimiento hondo de que escribir es hoy un honor, porque ese acto obliga, y obliga a algo más que a escribir. Me obligaba, especialmente, tal como yo era y con arreglo a mis fuerzas, a compartir, con todos los que vivían mi misma historia, la desventura y la esperanza. Esos hombres nacidos al comienzo de la primera guerra mundial, que tenían veinte años a tiempo de instaurarse, a la vez, el poder hitleriano y los primeros procesos revolucionarios, Y que para completar su educación se vieron enfrentados luego a la guerra de España, la segunda guerra mundial, el universo de los campos de concentración, la Europa de la tortura y de las prisiones, se ven hoy obligados a orientar sus hijos y sus obras en un mundo amenazado de destrucción nuclear. Supongo que nadie pretenderá pedirles que sean optimistas. Hasta llego a pensar que debemos ser comprensivos, sin dejar de luchar contra ellos, con el error de los que, por un exceso de desesperación han reivindicado el derecho al deshonor y se han lanzado a los nihilismos de la época. Pero sucede que la mayoría de entre nosotros, en mi país y en el mundo entero, han rechazado el nihilismo y se consagran a la conquista de una legitimidad.
Les ha sido preciso forjarse un arte de vivir para tiempos catastróficos, a fin de nacer una segunda vez y luchar luego, a cara descubierta, contra el instinto de muerte que se agita en nuestra historia.
Indudablemente, cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sábe, sin embargo, que no podrá hacerlo. Pero su tarea es quizás mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga. Heredera de una historia corrompida —en la que se mezclan las revoluciones fracasadas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos, y las ideologías extenuadas; en la que poderes mediocres, que pueden hoy destruirlo todo, no saben convencer; en la que la inteligencia se humilla hasta ponerse al servicio del odio y de la opresión—, esa generación ha debido, en si misma y a su alrededor, restaurar, partiendo de amargas inquietudes, un poco de lo que constituye la dignidad de vivir y de morir. Ante un mundo amenazado de desintegración, en el que nuestros grandes inquisidores arriesgan establecer para siempre el imperio de la muerte, sabe que debería, en una especie de carrera loca contra el tiempo, restaurar entre las naciones una paz que no sea la de servidumbre, reconciliar de nuevo el trabajo y la cultura, y reconstruir con todos los hombres una nueva Arca de la alianza.
No es seguro que esta generación pueda al fin cumplir esa labor inmensa, pero lo cierto sí es que, por doquier en el mundo, tiene ya hecha, y la mantiene, su doble apuesta en favor de la verdad y de la libertad y que, llegado el momento, sabe morir sin odio por ella. Es esta generación la que debe ser saludada y alentada dondequiera que se halle y, sobre todo, donde se sacrifica. En ella, seguro de vuestra profunda aprobación, quisiera yo declinar hoy el honor que acabais de hacerme.
Al mismo tiempo, después de expresar la nobleza del oficio de escribir, querría yo situar al escritor en su verdadero lugar, sin otros títulos que los que comparte con sus compañeros, de lucha, vulnerable pero tenaz, injusto pero apasionado de justicia, realizando su obra sin vergüenza ni orgullo, a la vista de todos; atento siempre al dolor y a la belleza; consagrado en fin, a sacar de su ser complejo las creaciones que intenta levantar, obstinadamente, entre el movimiento destructor de la historia.
¿Quién, después de eso, podrá esperar que él presente soluciones ya hechas, y bellas lecciones de moral? La verdad es misteriosa, huidiza, y siempre hay que tratar de conquistarla. La libertad es peligrosa, tan dura de vivir, como exaltante. Debemos avanzar hacia esos dos fines, penosa pero resueltamente, descontando por anticipado nuestros desfallecimientos a lo largo de tan dilatado camino. ¿Qué escritor osaría, en conciencia, proclamarse orgulloso apóstol de virtud? En cuanto a mi, necesito decir una vez más que no soy nada de eso. Jamás he podido renunciar a la luz, a la dicha de ser, a la vida libre en que he crecido. Pero aunque esa nostalgia explique muchos de mis errores y de mis faltas, indudablemente ella me ha ayudado a comprender mejor mi oficio y también a mantenerme, decididamente, al lado de todos esos hombres silenciosos, que no soportan en el mundo la vida que les toca vivir más que por el recuerdo de breves y libres momentos de felicidad, y por la esperanza de volverlos a vivir.
Reducido así a lo que realmente soy, a mis verdaderos limites, a mis dudas y también a mi fe difícil, me siento más libre para destacar, al concluir, la magnitud y generosidad de la distinción que acabais de hacerme. Más libre también para deciros que quisiera recibirla como homenaje rendido a todos los que, participando el mismo combate, no han recibido privilegio alguno y si, en cambio, han conocido desgracias y persecuciones. Solo me resta daros las gracias, desde el fondo de mi corazón, y haceros públicamente, en prenda de personal gratitud, la misma y vieja promesa de fidelidad que cada verdadero artista se hace a si mismo, silenciosamente, todos los días.
Traducción de José Ballester-Gozalvo, para EL TIEMPO
Albert Camus, el insigne laureado del Premio Nobel que noblemente encarna los ideales, deberes y anhelos de las juventudes libres del mundo entero, envió muy generosamente al doctor Eduardo Santos el texto del discurso que pronunciara al recibir el Premio Nobel. EL TIEMPO tiene así el honor altísimo de publicarlo por primera vez en lengua castellana. Lo que es este discurso —todo un altísimo programa para los escritores dignos de serlo— lo dirán nuestros lectores. El honra para siempre nuestras columnas.
(Tomado de El Tiempo de Bogotá, Enero 5 de 1.958 y reproducido en “El Comercio” de Quito, Enero 12 del mismo año)
Al recibir la distinción con que vuestra libre Academia ha querido honrarme, mi gratitud es tanto más profunda cuanto que yo mido hasta qué punto esa recompensa excede mis méritos personales.
Todo hombre, y con mayor razón todo artista, desea que se reconozca lo que él es o quiere ser. Yo también lo deseo. Pero al conocer vuestra decisión me fue imposible no comparar su resonancia con lo que realmente soy. ¿Cómo un hombre, casi joven todavía, rico sólo de sus dudas, con una obra apenas en desarrollo, habituado a ‘vivir en la soledad del trabajo o en el retiro de la amistad, podría recibir, sin cierta especie de pánico, un galardón que le coloca de pronto, y solo, en plena luz? ¿Con qué estado de espíritu podía recibir ese honor a tiempo que, en tantas partes, otros escritores, algunos entre los más grandes, están reducidos al silencio y cuando, al mismo tiempo, su tierra natal conocer incesantes desdichas?
Sinceramente he sentido esa inquietud, y ese malestar. Para recobrar mi paz interior me ha sido necesario ponerme a tono con un destino harto generoso. Y como era imposible igualarme a él con el solo apoyo de mis méritos, no he hallado nada mejor, para ayudarme, que lo que me ha sostenido a lo largo de mi vida y en las circunstancias más opuestas: la idea que me he forjado de mi arte y de la misión del escritor. Permitidme, aunque sólo sea en prueba de reconocimiento y amistad, que os diga, con la sencillez que me sea posible, cuál es esa idea.
Personalmente, no puedo vivir sin mi arte. Pero jamás he puesto ese arte por encima de toda otra cosa. Por el contrario, si él me es necesario es porque no me separa de nadie, y me permite vivir, tal como soy, al nivel de todos. A mi ver, el arte no es una diversión solitaria. Es un medio de emocionar al mayor número de hombres, ofreciéndoles una imagen privilegiada de dolores y alegrías comunes. Obliga, pues, al artista a no aislarse; le somete a la verdad, a la más humilde y más universal. Y aquellos que muchas veces han elegido su destino de artistas porque se sentían distintos, aprenden pronto que no podrán nutrir su arte ni su diferencia más que confesando su semejanza con todos.
El artista se forja en ese perpetuo ir y venir de sí mismo, a los demás, equidistante entre la belleza, sin la cual no puede vivir, y la comunidad, de la cual no puede desprenderse. Por eso, los verdadero artistas no desdeñan nada; se obligan a comprender en vez de juzgar. Y si han de tomar un partido en este mundo, sólo puede ser de una sociedad en la que, según la gran frase de Nietzsche, no ha de reinar el juez sino el creador, sea trabajador o intelectual.
Por lo mismo el papel de escritor es inseparable de difíciles deberes. Por la definición no puede ponerse al servicio de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la sufren. Si no lo hiciera, quedaría solo, privado hasta de su arte. Todos los ejércitos de la tiranía, con sus millones de hombres, no le arrancarán de la soledad, aunque consienta en acomodarse a su paso y, sobre todo, si en ello consiente. Pero el silencio de un prisionero desconocido, abandonado a las humillaciones en el otro extremo del mundo basta para sacar al escritor de su soledad, cada vez, al menos, que logra, en medio de los privilegios de su libertad, no olvidar ese silencio, y trata de recogerlo y reemplazarlo, para hacerlo valer mediante todos los recurso del arte.
Ninguno de nosotros es lo bastante grande para semejante vocación. Pero en todas las circunstancias de su vida, obscuro o provisionalmente célebre, aherrojado por la tiranía o libre poder expresarse, el escritor puede encontrar el sentimiento de una comunidad viva, que le justificará sólo a condición de que acepte, tanto como pueda, las dos tareas que constituyen la grandeza de su oficio: el servicio de la verdad, y el servicio de la libertad. Y pues su vocación es agrupar el mayor número posible de hombres, no puede acomodarse a la servidumbre que, donde reina, hace proliferar las soledades. Cualesquiera que sean nuestras flaquezas personales, la nobleza de nuestro oficio arraigará siempre en dos imperativos difíciles de mantener: la negativa a mentir respecto de lo que se sabe y la resistencia a la opresión.
Durante más de veinte años de una historia demencial, perdido sin recurso, como todos los hombres de mi edad, en las convulsiones del tiempo, sólo me ha sostenido el sentimiento hondo de que escribir es hoy un honor, porque ese acto obliga, y obliga a algo más que a escribir. Me obligaba, especialmente, tal como yo era y con arreglo a mis fuerzas, a compartir, con todos los que vivían mi misma historia, la desventura y la esperanza. Esos hombres nacidos al comienzo de la primera guerra mundial, que tenían veinte años a tiempo de instaurarse, a la vez, el poder hitleriano y los primeros procesos revolucionarios, Y que para completar su educación se vieron enfrentados luego a la guerra de España, la segunda guerra mundial, el universo de los campos de concentración, la Europa de la tortura y de las prisiones, se ven hoy obligados a orientar sus hijos y sus obras en un mundo amenazado de destrucción nuclear. Supongo que nadie pretenderá pedirles que sean optimistas. Hasta llego a pensar que debemos ser comprensivos, sin dejar de luchar contra ellos, con el error de los que, por un exceso de desesperación han reivindicado el derecho al deshonor y se han lanzado a los nihilismos de la época. Pero sucede que la mayoría de entre nosotros, en mi país y en el mundo entero, han rechazado el nihilismo y se consagran a la conquista de una legitimidad.
Les ha sido preciso forjarse un arte de vivir para tiempos catastróficos, a fin de nacer una segunda vez y luchar luego, a cara descubierta, contra el instinto de muerte que se agita en nuestra historia.
Indudablemente, cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sábe, sin embargo, que no podrá hacerlo. Pero su tarea es quizás mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga. Heredera de una historia corrompida —en la que se mezclan las revoluciones fracasadas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos, y las ideologías extenuadas; en la que poderes mediocres, que pueden hoy destruirlo todo, no saben convencer; en la que la inteligencia se humilla hasta ponerse al servicio del odio y de la opresión—, esa generación ha debido, en si misma y a su alrededor, restaurar, partiendo de amargas inquietudes, un poco de lo que constituye la dignidad de vivir y de morir. Ante un mundo amenazado de desintegración, en el que nuestros grandes inquisidores arriesgan establecer para siempre el imperio de la muerte, sabe que debería, en una especie de carrera loca contra el tiempo, restaurar entre las naciones una paz que no sea la de servidumbre, reconciliar de nuevo el trabajo y la cultura, y reconstruir con todos los hombres una nueva Arca de la alianza.
No es seguro que esta generación pueda al fin cumplir esa labor inmensa, pero lo cierto sí es que, por doquier en el mundo, tiene ya hecha, y la mantiene, su doble apuesta en favor de la verdad y de la libertad y que, llegado el momento, sabe morir sin odio por ella. Es esta generación la que debe ser saludada y alentada dondequiera que se halle y, sobre todo, donde se sacrifica. En ella, seguro de vuestra profunda aprobación, quisiera yo declinar hoy el honor que acabais de hacerme.
Al mismo tiempo, después de expresar la nobleza del oficio de escribir, querría yo situar al escritor en su verdadero lugar, sin otros títulos que los que comparte con sus compañeros, de lucha, vulnerable pero tenaz, injusto pero apasionado de justicia, realizando su obra sin vergüenza ni orgullo, a la vista de todos; atento siempre al dolor y a la belleza; consagrado en fin, a sacar de su ser complejo las creaciones que intenta levantar, obstinadamente, entre el movimiento destructor de la historia.
¿Quién, después de eso, podrá esperar que él presente soluciones ya hechas, y bellas lecciones de moral? La verdad es misteriosa, huidiza, y siempre hay que tratar de conquistarla. La libertad es peligrosa, tan dura de vivir, como exaltante. Debemos avanzar hacia esos dos fines, penosa pero resueltamente, descontando por anticipado nuestros desfallecimientos a lo largo de tan dilatado camino. ¿Qué escritor osaría, en conciencia, proclamarse orgulloso apóstol de virtud? En cuanto a mi, necesito decir una vez más que no soy nada de eso. Jamás he podido renunciar a la luz, a la dicha de ser, a la vida libre en que he crecido. Pero aunque esa nostalgia explique muchos de mis errores y de mis faltas, indudablemente ella me ha ayudado a comprender mejor mi oficio y también a mantenerme, decididamente, al lado de todos esos hombres silenciosos, que no soportan en el mundo la vida que les toca vivir más que por el recuerdo de breves y libres momentos de felicidad, y por la esperanza de volverlos a vivir.
Reducido así a lo que realmente soy, a mis verdaderos limites, a mis dudas y también a mi fe difícil, me siento más libre para destacar, al concluir, la magnitud y generosidad de la distinción que acabais de hacerme. Más libre también para deciros que quisiera recibirla como homenaje rendido a todos los que, participando el mismo combate, no han recibido privilegio alguno y si, en cambio, han conocido desgracias y persecuciones. Solo me resta daros las gracias, desde el fondo de mi corazón, y haceros públicamente, en prenda de personal gratitud, la misma y vieja promesa de fidelidad que cada verdadero artista se hace a si mismo, silenciosamente, todos los días.
Traducción de José Ballester-Gozalvo, para EL TIEMPO
jueves, 2 de abril de 2009
INEQUIDAD SOCIAL Y SEXUALIDAD
Este pequeño artículo va dirigido a cada uno de ustedes jóvenes que participan en este Foro sobre SIDA y Juventud. Ustedes tienen en sus manos a través de los documentos elaborados por Olga Nirenberg, Antonio Cruz, UNICEF-ONUSIDA-OMS, Bill Conn, YouthNet, toda la información relevante en materia de SIDA y adolescentes y jóvenes, por ello, yo no tengo nada nuevo que decir al respecto. Me concentraré en presentar mis preocupaciones sobre la situación, mis reflexiones sobre políticas públicas y mis expectativas sobre ustedes, que constituyen para mí la generación de la esperanza.
Vivimos un largo proceso de cambios en relación a nuestras conductas, comportamientos e imaginarios sexuales. El movimiento de mujeres, impulsó y sigue promoviendo la reivindicación por los derechos humanos de las mujeres, hicieron lo mismo, los del movimiento de homosexuales, estas luchas evidencian cambios en nuestras políticas internacionales y nacionales.
Las sociedades que han avanzado más en relaciones de equidad social y entre hombres y mujeres, evidencian por contraste, con mayor dureza lo que sucede con las mujeres y los hombres que siguen viviendo en la pobreza y en la cultura de la dominación entre géneros, vale decir, el machismo y el patriarcalismo. También evidencian que el marco legal y político de sus países sanciona la discriminación por orientación sexual, de género y social. Estas sociedades muestran baja incidencia de SIDA y de enfermedades de trasmisión sexual.
Los países más pobres de nuestra región han avanzado poco en equidad social y de género. Las grandes e injustas brechas de la inequidad social, hacen que más de la mitad de nuestra población viva en condiciones infrahumanas. Sus derechos básicos no son reconocidos, por lo tanto no son ciudadan@s, viven en la dolorosa discriminación y el desprecio de los privilegiados, desprecio legitimado en políticas y naturalizado por la “cultura”. Se piensa que es casi natural, digamos, “es normal”, que el desprecio esté instalado en nuestras sociedades, ¿podríamos hablar de una cultura de desprecio de la vida humana de los pobres?, yo creo que sí.
Los invito a evaluar la agenda pública de nuestros Estados, ¿dirían ustedes que los Estados están colocando todos sus esfuerzos en generar políticas que rompan la inequidad?; dirían ustedes que hay un esfuerzo serio por evitar la discriminación social, de género, por orientación sexual, por grupo de edad, étnica?.
Si cada uno de nosotros, que somos ciudadanos y tenemos acceso a los derechos y deberes de la ciudadanía, no nos hacemos responsables de generar políticas públicas efectivas que den los incentivos necesarios para empujar el cambio cultural y social, no podremos soñar con una situación mejor en ningún ámbito. Somos responsables de lo que tenemos y compartimos la responsabilidad por el tipo de políticas que nuestros estados generan.
La comunidad internacional ha avanzado mucho en materia de derechos humanos y en particular de derechos sexuales y reproductivos, su voz de denuncia sobre las prácticas culturales que son violatorias de los derechos humanos se ha escuchado una y otra vez. Sin embargo, sin una sociedad civil fuerte en nuestros países no podremos hacer realidad estos derechos conquistados con tanta lucha. Peor aún, ahora se dejan oír voces fuertes del conservadurismo que pretenden generar políticas públicas regresivas, que vuelvan al pasado una serie de conquistas, conquistas que en algunos de nuestros países son todavía una aspiración, como: el acceso a la educación, en especial de las mujeres rurales, el acceso a servicios de salud básica, en especial para l@s pobres, el acceso a la planificación familiar, el reconocimiento ciudadano de la diversidad de orientaciones sexuales, la punición de todo tipo de violencia doméstica, violencia sexual, explotación y abuso sexual, etc.
En algunos de nuestros países todavía se discute si la convención de los derechos de los niños y adolescentes pueden ser legislados nacionalmente, dado que se pone en tela de juicio si los padres tienen o no derecho a pegarles a sus hijos, la cultura de la violencia doméstica sale a la luz en estos debates sobre políticas públicas, aún cuando la comunidad científica ha reportado de diversas maneras el profundo daño que supone el ejercicio de violencia durante la crianza de adolescentes y jóvenes y la violencia contra las mujeres, todavía hay gente e instituciones que pretender debatir este punto. Si la gente cree que tiene derecho de pegarle a un niño indefenso o pegarle a una persona por ser homosexual o a una mujer por ser mujer, y si el Estado no hace nada al respecto: ¿cuánto hemos avanzado en ciudadanía?.
En muchos países de nuestra región, los pobres siguen fuera del sistema formal de salud, las vacunas no cubren al conjunto de la población y la caja fiscal no alcanza ni para mantener el sistema y pagarle a los trabajadores ya contratados (la mayoría de las veces esta caja ha sido gastada en “otros rubros” llamados corrupción pública), ¿podemos pedir servicios diferenciados para adolescentes?, ¿podemos reivindicar sitios específicos para su atención?, ¿podemos exigir educación sexual en la escuela cuando amplios porcentajes de la población todavía esta fuera de la cobertura escolar formal?, si la gente sigue sin agua y desagüe?, si los indígenas siguen segregados y son discriminados de los bienes y servicios públicos, si hay niños y ancianos que mueren en abandono y malnutrición: ¿Es viable nuestra agenda de lucha contra el SIDA?, ¿tiene sentido?.
Nuestra respuesta es que sí, es viable y tiene sentido estratégico. La lucha contra el SIDA, nos coloca en la lucha por los derechos ciudadanos y los derechos sexuales y reproductivos de l@s jóvenes, en especial, de l@s más pobres y excluidos. La Sexualidad es un eje central de construcción de relaciones de inequidad y discriminación y puede ser un eje de liberación y democratización. Todo depende de lo que hagamos con nuestra cultura sexual, con nuestra forma de ser hombres y mujeres y con las formas de ser hombres y mujeres que inscribamos y peleemos en el imaginario social y en las políticas públicas.
Históricamente los movimientos sociales han estado constituido básicamente por jóvenes, personas que han tenido una VISION, un SUEÑO y han peleado por hacerla realidad. L@s jóvenes tienen en sus manos la posibilidad de recrear la cultura, porque en esa etapa de la vida es cuando más intensamente se produce la individuación y la necesidad de construirse ideales y metas. En esa etapa de la vida, en nuestra región, es cuando más se participa en organizaciones sociales y se experimenta la importancia de contar con grupos de pertenencia social.
L@s jóvenes sufren y experimentan en carne propia las restricciones que su valija cultural le pone a su desarrollo y potencialidades sociales y sexuales, ellos experimentan en esa edad el peso de los valores sociales y de las políticas públicas tiene sobre sus intereses y necesidades. Ejemplo de ello podemos verlo en:
La mayoría de mujeres pobres interesadas en participar en organizaciones y desarrollar sus potencialidades encuentran limitaciones inmediatas en sus hogares y entorno debido a su condición de mujeres. La mayoría de ellas son educadas con un horizonte de futuro restringido al ámbito doméstico.
La mayoría de mujeres rurales que salen de la educación formal, lo hacen en la adolescencia, entre otras cosas porque las políticas públicas no las han priorizado y no existe una oferta adecuada a sus necesidades.
Los jóvenes que planean o que de hecho se inician sexualmente no cuentan con servicios adecuados para su atención, ni acceden a condones y métodos anticonceptivos cuando lo requieren, básicamente porque el mundo “adultocéntrico” no quiere aceptar que existe práctica sexual en esa etapa de la vida y la sanciona con la indiferencia y con leyes que exigen la presencia de los padres en cualquier consulta sobre sexualidad y salud reproductiva en los servicios.
El sistema educativo comunica un imaginario sexual basado en la inequidad de género, cuando trasmite contenidos que refuerzan el rol tradicional del hombre, el cual le exige muestras de virilidad a través del uso de las mujeres como objeto sexual y su coparticipación en las mismas condiciones, cuando le restringe su capacidad de expresar afecto y miedo y sanciona sus expresiones de ternura y delicadeza. En el caso de las mujeres, esto sucede cuando se le educa para la labor doméstica, se le impide el acceso a información adecuada sobre su cuerpo y su sexualidad y se le educa en la desconfianza del varón, tanto en términos de amistad como de pareja. Todavía es posible ver en nuestros países, escuelas separadas por sexo, escuelas que separan en un aula a los homosexuales o que no hacen nada cuando los adolescentes o jóvenes homosexuales son violentados por sus pares, padres o profesores.
La educación sexual no hace parte de la tarea de los medios de comunicación y de la acción concertada de los diferentes oferentes de políticas públicas, se pretende dejar esta responsabilidad a la familia, aún cuando hay conciencia que la mayor parte de las familias en general no están en condiciones de asumir este rol.
La violencia doméstica, sexual, el abuso sexual y la explotación sexual, son permitidos por nuestros gobiernos, su tolerancia es enorme. Las políticas definidas para enfrentar estas situaciones se pierden entre los papeles de los escritorio o en los debates en el congreso, cuando tienen más éxito, sin embargo, no constituyen agenda pública básica. La mayoría de veces los adolescentes y jóvenes que viven estas situaciones no encuentran ningún espacio protector en el Estado, sea local, regional o nacional.
Considero que asumir con seriedad las diversas dimensiones de perpetuación intergeneracional de la pobreza y la dominación que tiene la SEXUALIDAD, nos debe llevar a tener conciencia que nuestros países no podrán desarrollarse si el capital humano (la salud y educación de la gente) con que cuenta se desarrolla en un marco no saludable y restrictivo de sus derechos básicos y si el capital social (las redes sociales entre los mismos y los diferentes grupos sociales, la confianza pública en el rol del Estado) no se construye en base al establecimiento de políticas públicas que tengan como eje imperativo al equidad social y sexual.
Los invito a informarse, debatir, establecer alianzas y ALZAR LA VOZ. Los jóvenes pueden y deben renovar la cultura de la dominación de género y social, el SIDA es un síntoma del grave problema cultural del DESPRECIO DE LA VIDA DE LOS POBRES Y DE LOS DIFERENTES que esta cultura occidental, homofóbica, patriarcal y machista ha establecido.
Si nosotros no establecemos políticas públicas para promover la equidad de género y social, no podremos cambiar las cosas, el SIDA seguirá creciendo por falta de protección social y familiar, desinformación sobre sexualidad y salud sexual, falta de acceso a servicios y sobre todo por la indiferencia social, que no hace de sus capacidades un nuevo gran movimiento social que renueve la cultura, los imaginarios y las prácticas sociales.
Dos palabras
cuento de Isabel Allende, incluido en Cuentos de Eva Luna
Tenía el nombre de Belisa Crepusculario, pero no por fe de bautismo o acierto de su madre, sino porque ella misma lo buscó hasta encontrarlo y se vistió con é1. Su oficio era vender palabras. Recorría el país, desde las regiones más altas y frías hasta las costas calientes, instalándose en las ferias y en los mercados, donde montaba cuatro palos con un toldo de lienzo, bajo el cual se protegía del sol y de la lluvia para atender a su clientela. No necesitaba pregonar su mercadería, porque de tanto caminar por aquí y por allí, todos la conocían. Había quienes la aguardaban de un año para otro, y cuando aparecía por la aldea con su atado bajo el brazo hacían cola frente a su tenderete. Vendía a precios justos. Por cinco centavos entregaba versos de memoria, por siete mejoraba la calidad de los sueños, por nueve escribía cartas de enamorados, por doce inventaba insultos para enemigos irreconciliables. También vendía cuentos, pero no eran cuentos de fantasía, sino largas historias verdaderas que recitaba de corrido sin saltarse nada. Así llevaba las nuevas de un pueblo a otro. La gente le pagaba por agregar una o dos líneas: nació un niño, murió fulano, se casaron nuestros hijos, se quemaron las cosechas. En cada lugar se juntaba una pequeña multitud a su alrededor para oírla cuando comenzaba a hablar y así se enteraban de las vidas de otros, de los parientes lejanos, de los pormenores de la Guerra Civil. A quien le comprara cincuenta centavos, ella le regalaba una palabra secreta para espantar la melancolía. No era la misma para todos, por supuesto, porque eso habría sido un engaño colectivo. Cada uno recibía la suya con la certeza de que nadie más la empleaba para ese fin en el universo y más allá.
Belisa Crepusculario había nacido en una familia tan mísera, que ni siquiera poseía nombres para llamar a sus hijos. Vino al mundo y creció en la región más inhóspita, donde algunos años las lluvias se convierten en avalanchas de agua que se llevan todo, y en otros no cae ni una gota del cielo, el sol se agranda hasta ocupar el Horizonte entero y el mundo se convierte en un desierto. Hasta que cumplió doce años no tuvo otra ocupación ni virtud que sobrevivir al hambre y la fatiga de siglos. Durante una interminable sequía le tocó enterrar a cuatro hermanos menores y cuando comprendió que llegaba su turno, decidió echar a andar por las l1anuras en dirección al mar, a ver si en el viaje lograba burlar a la muerte. La tierra estaba erosionada, partida en profundas grietas, sembrada de piedras, fósiles de árboles y de arbustos espinudos, esqueletos le animales blanqueados por el calor. De vez en cuando tropezaba con familias que, como ella, iban hacia el sur siguiendo el espejismo del agua. Algunos habían iniciado la marcha llevando sus pertenencias al hombro o en carretillas, pero apenas podían mover sus propios huesos y a poco andar debían abandonar sus cosas. Se arrastraban penosamente, con la piel convertida en cuero de lagarto y sus ojos quemados por la reverberación de la luz. Belisa los saludaba con un gesto al pasar, pero no se detenía, porque no podía gastar sus fuerzas en ejercicios de compasión. Muchos cayeron por el camino, pero ella era tan tozuda que consiguió atravesar el infierno y arribó por fin a los primeros manantiales, finos hilos de agua, casi invisibles, que alimentaban una vegetación raquítica, y que más adelante se convertían en riachuelos y esteros.
Belisa Crepusculario salvó la vida y además descubrió por casualidad la escritura. Al llegar a una aldea en las proximidades de la costa, el viento colocó a sus pies una hoja de periódico. Ella tomó aquel papel amarillo y quebradizo y estuvo largo rato observándolo sin adivinar su uso, hasta que la curiosidad pudo rnás que su timidez. Se acercó a un hombre que lavaba un caballo en el mismo charco turbio donde ella saciara su sed.
--¿Qué es esto?--preguntó.
--La página deportiva del periódico--replicó el hombre sin dar muestras de asombro ante su ignorancia.
La respuesta dejó atónita a la muchacha, pero no quiso parecer descarada y se limitó a inquirir el significado de las patitas de mosca dibujadas sobre el papel.
--Son palabras, niña. Allí dice que Fulgencio Barba noqueó al Nero Tiznao en el tercer round.
Ese día Belisa Crepusculario se enteró que las palabras andan sueltas sin dueño y cualquiera con un poco de maña puede apoderárselas para comerciar con ellas. Consideró su situación y concluyó que aparte de prostituirse o emplearse como sirvienta en las cocinas de los ricos, eran pocas las ocupaciones que podía desempeñar. Vender palabras le pareció una alternativa decente. A partir de ese momento ejerció esa profesión y nunca le interesó otra. Al principio ofrecía su mercancía sin sospechar que las palabras podían también escribirse fuera de los periódicos. Cuando lo supo calculó las infinitas proyecciones de su negocio, con sus ahorros le pagó veinte pesos a un cura para que le enseñara a leer y escribir y con los tres que le sobraron se compró un diccionario. Lo revisó desde la A hasta la Z y luego lo lanzó al mar, porque no era su intención estafar a los clientes con palabras envasadas.
Varios años después, en una mañana de agosto, se encontraba Belisa Crepusculario en el centro de una plaza, sentada bajo su toldo vendiendo argumentos de justicia a un viejo que solicitaba su pensión desde hacía diecisiete años. Era día de mercado y había mucho bullicio a su alrededor. Se escucharon de pronto galopes y gritos, ella levantó los ojos de la escritura y vio primero una nube de polvo y enseguida un grupo de jinetes que irrumpió en el lugar. Se trataba de los hombres del Coronel, que venían al mando del Mulato, un gigante conocido en toda la zona por la rapidez de su cuchillo y la lealtad hacia su jefe. Ambos, el Coronel y el Mulato, habían pasado sus vidas ocupados en la Guerra Civil y sus nombres estaban irremisiblemente unidos al estropicio y la calamidad. Los guerreros entraron al pueblo como un rebaño en estampida, envueltos en ruido, bañados de sudor y dejando a su paso un espanto de huracán. Salieron volando las gallinas, dispararon a perderse los perros, corrieron las mujeres con sus hijos y no quedó en el sitio del mercado otra alma viviente que Belisa Crepusculario, quien no había visto jamás al Mulato y por lo mismo le extrañó que se dirigiera a ella.
--A ti te busco--le gritó señalándola con su látigo enrollado y antes que terminara de decirlo, dos hombres cayeron encima de la mujer atropellando el toldo y rompiendo el tintero, la ataron de pies y manos y la colocaron atravesada como un bulto de marinero sobre la grupa de la bestia del Mulato. Emprendieron galope en dirección a las colinas.
Horas más tarde, cuando Belisa Crepusculario estaba a punto de morir con el corazón convertido en arena por las sacudidas del caballo, sintió que se detenían y cuatro manos poderosas la depositaban en tierra. Intentó ponerse de pie y levantar la cabeza con dignidad, pero le fallaron las fuerzas y se desplomó con un suspiro, hundiéndose en un sueño ofuscado. Despertó varias horas después con el murmullo de la noche en el campo, pero no tuvo tiempo de descifrar esos sonidos, porque al abrir los ojos se encontró ante la mirada impaciente del Mulato, arrodillado a su lado.
--Por fin despiertas, mujer--dijo alcanzándole su cantimplora para que bebiera un sorbo de aguardiente con pólvora y acabara de recuperar la vida.
Ella quiso saber la causa de tanto maltrato y él le explicó que el Coronel necesitaba sus servicios. Le permitió mojarse la cara y enseguida la llevó a un extremo del campamento, donde el hombre más temido del país reposaba en una hamaca colgada entre dos árboles. Ella no pudo verle el rostro, porque tenía encima la sombra incierta del follaje y la sombra imborrable de muchos años viviendo como un bandido, pero imaginó que debía ser de expresión perdularia si su gigantesco ayudante se dirigía a él con tanta humildad. Le sorprendió su voz, suave y bien modulada como la de un profesor.
--¿Eres la que vende palabras?--preguntó.
--Para servirte--balbuceó ella oteando en la penumbra para verlo mejor.
El Coronel se puso de pie y la luz de la antorcha que llevaba el Mulato le dio de frente. La mujer vio su piel oscura y sus fieros ojos de puma y supo al punto que estaba frente al hombre más solo de este mundo.
--Quiero ser Presidente—dijo él.
Estaba cansado de recorrer esa tierra maldita en guerras inútiles y derrotas que ningún subterfugio podía transformar en victorias. Llevaba muchos años, durmiendo a la intemperie, picado de mosquitos, alimentándose de iguanas y sopa de culebra, pero esos inconvenientes menores no constituían razón suficiente para cambiar su destino. Lo que en verdad le fastidiaba era el terror en los ojos ajenos. Deseaba entrar a los pueblos bajo arcos de triunfo, entre banderas de colores y flores, que lo aplaudieran y le dieran de regalo huevos frescos y pan recién horneado. Estaba harto de comprobar cómo a su paso huían los hombres, abortaban de susto las mujeres y temblaban las criaturas, por eso había decidido ser Presidente. El Mulato le sugirió que fueran a la capital y entraran galopando al Palacio para apoderarse del gobierno, tal como tomaron tantas otras cosas sin pedir permiso, pero al Coronel no le interesaba convertirse en otro tirano, de ésos ya habían tenido bastantes por allí y, además, de ese modo no obtendría el afecto de las gentes. Su idea consistía en ser elegido por votación popular en los comicios de diciembre.
--Para eso necesito hablar como un candidato. ¿Puedes venderme las palabras para un discurso?--preguntó el Coronel a Belisa Crepusculario.
Ella había aceptado muchos encargos, pero ninguno como ése, sin embargo no pudo negarse, temiendo que el Mulato le metiera un tiro entre los ojos o, peor aún, que el Coronel se echara a llorar. Por otra parte, sintió el impulso de ayudarlo, porque percibió un palpitante calor en su piel, un deseo poderoso de tocar a ese hombre, de recorrerlo con sus manos, de estrecharlo entre sus brazos.
Toda la noche y buena parte del día siguiente estuvo Belisa Crepusculario buscando en su repertorio las palabras apropiadas para un discurso presidencial, vigilada de cerca por el Mulato, quien no apartaba los ojos de sus firmes piernas de caminante y sus senos virginales. Descartó las palabras ásperas y secas, las demasiado floridas, las que estaban desteñidas por el abuso, las que ofrecían promesas improbables, las carentes de verdad y las confusas, para quedarse sólo con aquellas capaces de tocar con certeza el pensamiento de los hombres y la intuición de las mujeres. Haciendo uso de los conocimientos comprados al cura por veinte pesos, escribió el discurso en una hoja de papel y luego hizo señas al Mulato para que desatara la cuerda con la cual la había amarrado por los tobillos a un árbol. La condujeron nuevamente donde el Coronel y al verlo ella volvió a sentir la misma palpitante ansiedad del primer encuentro. Le pasó el papel y aguardó, mientras él lo miraba sujetándolo con la punta de los dedos.
--¿Qué carajo dice aquí?--preguntó por último.
--¿No sabes leer?
--Lo que yo sé hacer es la guerra--replicó é1.
Ella leyó en alta voz el discurso. Lo leyó tres veces, para que su cliente pudiera grabárselo en la memoria. Cuando terminó vio la emoción en los rostros de los hombres de la tropa que se juntaron para escucharla y notó que los ojos amarillos del Coronel brillaban de entusiasmo, seguro de que con esas palabras el sillón presidencial sería suyo.
--Si después de oírlo tres veces los muchachos siguen con la boca abierta, es que esta vaina sirve, Coronel--aprobó el Mulato.
--¿Cuánto te debo por tu trabajo, mujer?--preguntó el jefe.
--Un peso, Coronel.
--No es caro--dijo é1 abriendo la bolsa que llevaba colgada del cinturón con los restos del último botín.
--Además tienes derecho a una ñapa. Te corresponden dos palabras secretas--dijo Belisa Crepusculario.
--¿Cómo es eso?
Ella procedió a explicarle que por cada cincuenta centavos que pagaba un cliente, le obsequiaba una palabra de uso exclusive. El jefe se encogió de hombros, pues no tenía ni el menor interés en la oferta, pero no quiso ser descortés con quien lo había servido tan bien. Ella se aproximó sin prisa al taburete de suela donde é1 estaba sentado y se inclinó para entregarle su regalo. Entonces el hombre sintió el olor de animal montuno que se desprendía de esa mujer, el calor de incendio que irradiaban sus caderas, el roce terrible de sus cabellos, el aliento de yerbabuena susurrándo en su oreja las dos palabras secretas a las cuales tenía derecho.
--Son tuyas, Coronel--dijo ella al retirarse--. Puedes emplearlas cuanto quieras.
El Mulato acompañó a Belisa hasta el borde del camino, sin dejar de mirarla con ojos suplicantes de perro perdido, pero cuando estiró la mano para tocarla, ella lo detuvo con un chorro de palabras inventadas que tuvieron la virtud de espantarle el deseo, porque creyó que se trataba de alguna maldición irrevocable.
En los meses de setiembre, octubre y noviembre el Coronel pronunció su discurso tantas veces, que de no haber sido hecho con palabras refulgentes y durables el uso lo habría vuelto ceniza. Recorrió el país en todas direcciones, entrando a las ciudades con aire triunfal y deteniéndose también en los pueblos más olvidados, allí, donde sólo el rastro de basura indicaba la presencia humana, para convencer a los electores que votaran por é1. Mientras hablaba sobre una tarima al centro de la plaza, el Mulato y sus hombres repartían caramelos y pintaban su nombre con escarcha dorada en las paredes, pero nadie prestaba atención a esos recursos de mercader, porque estaban deslumbrados por la claridad de sus proposiciones y la lucidez poética de sus argumentos, contagiados de su deseo tremendo de corregir los errores de la historia y alegres por primera vez en sus vidas. Al terminar la arenga del candidato, la tropa lanzaba pistoletazos al aire y encendía petardos y cuando por fin se retiraban, quedaba atrás una estela de esperanza que perduraba muchos días en el aire, como el recuerdo magnífico de un cometa. Pronto el Coronel se convirtió en el político más popular. Era un fenómeno nunca visto, aquel hombre surgido de la guerra civil, lleno de cicatrices y hablando como un catedrático, cuyo prestigio se regaba por el territorio nacional conmoviendo el corazón de la patria. La prensa se ocupó de é1. Viajaron de lejos los periodistas para entrevistarlo y repetir sus frases, y así creció el número de sus seguidores y de sus enemigos.
--Vamos bien, Coronel--dijo el Mulato al cumplirse doce semanas de éxito.
Pero el candidato no lo escuchó. Estaba repitiendo sus dos palabras secretas, como hacía cada vez con mayor frecuencia. Las decía cuando lo ablandaba la nostalgia, las murmuraba dormido, las llevaba consigo sobre su caballo, las pensaba antes de pronunciar su célebre discurso y se sorprendía saboreándolas en sus descuidos. Y en toda ocasión en que esas dos palabras venían a su mente, evocaba la presencia de Belisa Crepusculario y se le alborotaban los sentidos con el recuerdo de olor montuno, el calor de incendio, el roce terrible y el aliento de yerbabuena, hasta que empezó a andar como un sonámbulo y sus propios hombres comprendieron que se le terminaría la vida antes de alcanzar el sillón de los presidentes.
--¿Qué es lo que te pasa, Coronel?--le preguntó muchas veces el Mulato, hasta que por fin un día el jefe no pudo más y le confesó que la culpa de su ánimo eran esas dos palabras que llevaba clavadas en el vientre.
--Dímelas, a ver si pierden su poder--le pidió su fiel ayudante.
--No te las diré, son sólo mías--replicó el Coronel.
Cansado de ver a su jefe deteriorarse como un condenado a muerte, el Mulato se echó el fusil al hombro y partió en busca de Belisa Crepusculario. Siguió sus huellas por toda esa vasta geografía hasta encontrarla en un pueblo del sur, instalada bajo el toldo de su oficio, contando su rosario de noticias. Se le plantó delante con las piernas abiertas y el arma empuñada.
--Tú te vienes conmigo--ordenó.
Ella lo estaba esperando. Recogió su tintero, plegó el lienzo de su tenderete, se echó el chal sobre los hombros y en silencio trepó al anca del caballo. No cruzaron ni un gesto en todo el camino, porque al Mulato el deseo por ella se le había convertido en rabia y sólo el miedo que le inspiraba su lengua le impedía destrozarla a latigazos. Tampoco esta dispuesto a comentarle que el Coronel andaba alelado, y que lo que no habían logrado tantos años de batallas lo había conseguido un encantamiento susurrado al oído. Tres días después llegaron al campamento y de inmediato condujo a su prisionera hasta el candidato, delante de toda la tropa.
--Te traje a esta bruja para que le devuelvas sus palabras, Coronel, y para que ella te devuelva la hombría--dijo apuntando el cañón de su fusil a la nuca de la mujer.
El Coronel y Belisa Crepusculario se miraron largamente, midiéndose desde la distancia. Los hombres comprendieron entonces que ya su jefe no podía deshacerse del hechizo de esas dos palabras endemoniadas, porque todos pudieron ver los ojos carnívoros del puma tornarse mansos cuando ella avanzó y le tomó la mano.
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